Sol Calandria, integrante de Atrapamuros, explicó, en diálogo con Comunidad al Palo!, que desde el grupo entienden a la educación como una “construcción colectiva y dinámica” que toma forma en la relación educador/educando. Desde esa visión compartida de la enseñanza, la historia se lleva a cabo entendiéndola como algo que le es propio a todos los sujetos y se puede construir a partir de aquellos sectores sociales que fueron excluidos en los relatos hegemónicos sobre la historia. “Cuando uno hace jugar esa invisibilización del otro en la historia es cuando ellos se sienten también parte de ese otro invisibilizado”, indicó.
Si la historia nos pertenece, entonces los relatos que construimos sobre ella cobran suma importancia, y es en esos relatos donde se hacen palabra las experiencias pasadas y presentes de esos “sujetos desde abajo” que, al contarla, viven y hacen la historia.
Recorridos que se encuentran
Afirmar que la educación es una construcción colectiva y dinámica implica a su vez reconocer que los procesos de aprendizaje los realizan tanto el educando como el educador, por lo que la relación que se construye entre ambos sujetos pasa a ocupar un lugar central ya sea en contextos de encierro o fuera de la cárcel. Para esto resulta necesario pensar al otro reconociendo su biografía personal, sus relatos sobre la propia historia.
“Las preguntas que nos hacemos sobre el pasado y sobre el presente tienen mucho que ver con nuestra biografía”, observó la integrante de Atrapamuros, y continuó: “El recorrido de los chicos y de las chicas que hoy están privados de la libertad tiene que ver con preguntas que por ahí los que no tuvimos esa biografía no nos preguntamos tanto, y ahí es cuando ellos hacen de la historia algo propio”.
Reconocer el lugar del otro implica a su vez posicionarse frente a él como frente a un igual, posicionamiento que no está exento de tensiones relacionadas a la dificultad de “sacarse esa mochila que uno viene llenando de lo que se llama educación bancaria”. Según explicó Sol Calandria, en la educación dentro de las cárceles esas tensiones resultan más visibles porque el sujeto privado de su libertad “está acostumbrado a las jerarquías y tiene muy naturalizado que su palabra no vale”. “El ponerse o pensarse como un igual a ese educando hace romper esa jerarquía y hace que la palabra del otro se empodere. Ese es un primer paso y es un objetivo en sí mismo”, agregó.
Un camino colectivo
El trabajo del colectivo de educación popular en cárceles Atrapamuros surgió hace seis años, cuando estudiantes de diversas carreras universitarias notaron que sus compañeros de las unidades penales tenían dificultades para acceder a los materiales de estudio y no contaban con un seguimiento sobre cómo prepararse para rendir un final.
“A nosotros como estudiantes de los primeros años de las carreras nos costaba preparar un final yendo a los teóricos, yendo a los prácticos y teniendo otra educación secundaria, y nos imaginábamos que a una persona que tiene que rendir libre y encima privada de su libertad le iba a ser mucho más costoso”, contó Calandria.
Durante esos meses hicieron los primeros acercamientos a distintas unidades penitenciarias y posteriormente la propuesta también tomó la forma de proyecto de extensión de la Facultad de Humanidades, que aún sigue vigente. Con el correr del tiempo y la acumulación de experiencias, los integrantes del colectivo comprendieron que, lejos de ser un problema aislado de la sociedad, la cárcel es parte constitutiva de ella y explica muchas de sus realidades.
Posteriormente, el grupo se constituyó como un colectivo de educación popular y tomó la decisión de organizarse políticamente dentro del Frente Popular Darío Santillán - Corriente Nacional, persiguiendo “un horizonte de cambio social, transformador, y entendiendo que el problema no es solamente la cárcel, que lo que hay que transformar es la sociedad”.
“Las preguntas que nos hacemos sobre el pasado y sobre el presente tienen mucho que ver con nuestra biografía”, observó la integrante de Atrapamuros, y continuó: “El recorrido de los chicos y de las chicas que hoy están privados de la libertad tiene que ver con preguntas que por ahí los que no tuvimos esa biografía no nos preguntamos tanto, y ahí es cuando ellos hacen de la historia algo propio”.
Reconocer el lugar del otro implica a su vez posicionarse frente a él como frente a un igual, posicionamiento que no está exento de tensiones relacionadas a la dificultad de “sacarse esa mochila que uno viene llenando de lo que se llama educación bancaria”. Según explicó Sol Calandria, en la educación dentro de las cárceles esas tensiones resultan más visibles porque el sujeto privado de su libertad “está acostumbrado a las jerarquías y tiene muy naturalizado que su palabra no vale”. “El ponerse o pensarse como un igual a ese educando hace romper esa jerarquía y hace que la palabra del otro se empodere. Ese es un primer paso y es un objetivo en sí mismo”, agregó.
Un camino colectivo
El trabajo del colectivo de educación popular en cárceles Atrapamuros surgió hace seis años, cuando estudiantes de diversas carreras universitarias notaron que sus compañeros de las unidades penales tenían dificultades para acceder a los materiales de estudio y no contaban con un seguimiento sobre cómo prepararse para rendir un final.
“A nosotros como estudiantes de los primeros años de las carreras nos costaba preparar un final yendo a los teóricos, yendo a los prácticos y teniendo otra educación secundaria, y nos imaginábamos que a una persona que tiene que rendir libre y encima privada de su libertad le iba a ser mucho más costoso”, contó Calandria.
Durante esos meses hicieron los primeros acercamientos a distintas unidades penitenciarias y posteriormente la propuesta también tomó la forma de proyecto de extensión de la Facultad de Humanidades, que aún sigue vigente. Con el correr del tiempo y la acumulación de experiencias, los integrantes del colectivo comprendieron que, lejos de ser un problema aislado de la sociedad, la cárcel es parte constitutiva de ella y explica muchas de sus realidades.
Posteriormente, el grupo se constituyó como un colectivo de educación popular y tomó la decisión de organizarse políticamente dentro del Frente Popular Darío Santillán - Corriente Nacional, persiguiendo “un horizonte de cambio social, transformador, y entendiendo que el problema no es solamente la cárcel, que lo que hay que transformar es la sociedad”.
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